LA IGLESIA BEATIFICA EN MADRID A DOS OBLATOS DE TIERRA ESTELLA

Gregorio Escobar. CEDIDA.

Gregorio Escobar García (Estella), de 24 años, y Justo Gil Pardo (Luquin), de 26 años, fusilados en 1936 y pertenecientes a la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI) de Pozuelo de Alarcón (Madrid), serán beatificados en la catedral de la Almudena de Madrid este sábado 17 de diciembre.

Benedicto XVI aprobó el dos de abril el decreto de beatificación de 22 miembros de la orden oblata y de un laico de la misma localidad madrileña también ejecutado. En el mismo decreto se aprobaba la beatificación recientemente celebrada de la pamplonesa María Catalina Irigoyen Echegaray (1848-1918), de la Congregación de las Siervas de María, voluntaria al servicio de los enfermos. Fue la primera beatificación en la catedral madrileña y el sábado tendrá lugar la segunda también presidida en nombre de Benedicto XVI por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, junto con los también cardenales Antonio Mª Rouco y Antonio Cañizares. Entre otros, asistirá el Arzobispo de Pamplona Francisco Pérez y más de medio centenar de familiares de los misioneros navarros procedentes principalmente de Tierra Estella. La Congregación oblata, que también sufrió la destrucción de su seminario en Urnieta (Guipúzcoa) e incautaciones, se distingue por su apoyo y convivencia con los más desfavorecidos de los países más pobres en un intento de construir un mundo mejor.

Dos historias paralelas

Hace 75 años Gregorio Escobar y Justo Gil protagonizaron una historia de dolor con un destino trágico después de un proceso de persecución, cárcel y ejecución sin juicio.

Los Misioneros Oblatos se habían establecido en el barrio de la Estación de Pozuelo en Madrid en 1929. Más tarde, pese a contemplar actos de persecución y quema de recintos religiosos en momentos previos a la guerra civil española, decidieron mantener públicamente la sotana y su cruz con el criterio de no responder a ningún insulto o provocación y no participar en ninguna actividad política. El 22 de julio de 1936 milicianos republicanos asaltaron el convento de los Oblatos para encerrar a 38 miembros de la comunidad en el comedor. Arrojaron por las ventanas imágenes, crucifijos y ornamentos sagrados para destruirlo con el fuego en medio de la calle.

Dos días más tarde, siete miembros de la comunidad -un sacerdote y seis estudiantes- y el padre de familia católico, Cándido Castán, fueron fusilados. Los historiadores consideran que el alcalde de Pozuelo intervino para detener las ejecuciones de forma que el resto de la comunidad fue trasladada por Guardia de Asalto a la Dirección General de Seguridad donde al día siguiente quedaron en libertad.

Por orden del Superior Provincial, la comunidad, sin documentación y medios para ocultarse, pasó a un estado de clandestinidad buscando refugio temporal en casas particulares. Sin embargo, en octubre, casi todos fueron detenidos nuevamente. La mayoría no alcanzaba los 30 años de edad, uno de ellos con 18 años, y muchos no habían cantado misa. Quince de ellos realizaban los estudios de Filosofía y Teología y se preparaban para trabajar como misioneros y viajar donde les asignara la orden, posiblemente a Uruguay y Argentina. Pero, según la causa de beatificación, no renunciaron a sus creencias pese a pasar por prisión, días sin comida, frío y hacinados con otros presos en las duchas del colegio de San Antón convertido en cárcel.

Para los dos navarros todo concluyó la madrugada del 28 de noviembre de 1936. Fueron sacados de prisión bajo el registro de «puestos en libertad» y ejecutados con sus compañeros en el término de Paracuellos del Jarama. Según un testigo, cuando se encontraban colocados para ser ejecutados, uno de los sacerdotes pidió a las milicias que le dejara despedirse de sus compañeros y poder darles la absolución. Al terminar de hacerlo, levantó la voz y en nombre de todos afirmó que perdonaba «de corazón» a sus verdugos. El padre Eutimio González, vicepostulador de la causa, recuerda la juventud de los oblatos y que «ellos no participaron absolutamente en nada que no fuese su preparación religiosa. No les acusaron de nada ni a ellos ni a sus profesores». Como se manifiesta en su biografía, el estellés Gregorio Escobar había escrito a su familia expresando su análisis personal del martirio y la dicha de morir ofreciendo su muerte por los demás.

Fue tras la beatificación en 1992 de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, asesinados junto a los Oblatos, cuando la congregación misionera consideró que, por estima a sus mártires, debía promover su proceso de beatificación que concluye este sábado. El decreto aprobado por el Papa recoge explícitamente que los próximos beatos fueron martirizados «por odio a la fe durante las persecuciones religiosas en España». Estas 22 personas, más el seglar católico, se suman a los 977 que la Iglesia ya decidió que puedan ser venerados en público, once de ellos canonizados.

Entre el recuerdo, el perdón y la reconciliación

Desde la derecha, Jesús Alfaro, junto con Mª Teresa, Goyo y Jesús Escobar, sobrinos de Gregorio Escobar, en Estella . MONTXO AG.

El padre Eutimio González, uno de los organizadores de la celebración de este sábado y vicepostulador de la beatificación, espera a unos dos mil asistentes en la catedral de la Almudena. Considera que el significado del acto y la interpretación que se concede hoy día al testimonio de sus predecesores en la comunidad sólo tiene una lectura desde la fe «porque si no, no tiene sentido». «Estuvieron en la cárcel y escondidos, y ni en ésta ni en otras congregaciones aparece que ninguno renegara de su fe, pese a ofensas, insultos de todo tipo y sabiendo el destino que les esperaba, según comentan los que han sobrevivido. Diría que es una lectura exclusivamente religiosa», subraya.

Por su parte, el estellés Jesús Ignacio Escobar Sanado, sobrino de Gregorio Escobar, recuerda de niño haber escuchado en su casa la tragedia del fusilamiento de su tío Gregorio que truncó la ilusión familiar de verle celebrar su primera misa en la Basílica del Puy. No olvida el perfil solidario de su tío cuando renunció a las gestiones del también estellés Manuel Irujo, ministro de la República, que le hubieran otorgado la libertad. «No quiso salir libre si no salían sus compañeros. Quiso morir con todos», recuerda Jesús Ignacio. Coincide con Goyo Escobar Barbarin,también sobrino, en que el familiar más cercano y que más se va emocionar es su tía María del Puy, residente en Zaragoza, hermana del beato.

Goyo Escobar, que llegó a ser concejal de Estella por el PSN «aunque nunca he estado afiliado a ningún partido», considera que su tío intuía la muerte por las cartas a su familia en las que ya formula algunas consideraciones sobre el significado del martirio. Afirma que asistirá a la ceremonia de beatificación desde la mirada de la reconciliación. «Hubo un sacrificio de vidas humanas producto de una era de incomprensión y salvajismo», por lo que desea que nadie utilice la ceremonia desde intereses que no sean los de extraer una profunda lección de sacrificio.

Desde Estella, Jesús Alfaro Mateo, a sus 84 años, recuerda que él y sus otros tres hermanos convivieron desde niños con Gregorio Escobar. «Hilario, el padre de Gregorio, al enviudar, se casó con mi tía soltera que fue la que nos criaba a nosotros porque nuestra madre había muerto. Al final éramos como once hermanos en total. Jugábamos en El Cantón, detrás de la parroquia de San Juan Bautista. Una vez subimos a Montejurra con un burrico y al bajar era él el que nos bajaba a los pequeños al hombro».

María José Gil, sobrina y portavoz de la familia de Justo Gil Pardo, no olvida a su tío monje de Leyre, Fray Pedro Gil, ya fallecido, que aportó su testimonio en la causa de beatificación del que fuera su hermano Justo. A través de una nota la familia subraya que «tal era su fortaleza en la fe cristiana que la mantuvo hasta el último momento de su vida, expresando su fe en el hecho del martirio con aceptación y conformidad, perdonando a sus verdugos, tanto él como sus hermanos oblatos». Según indica, la beatificación de este sábado, «hace resaltar un aspecto particular del carisma oblato: celo excepcional por dar a conocer a Jesucristo hasta dar la vida por Él, la promoción de la justicia social, de la reconciliación y la fundación de una Iglesia al servicio de los más pobres y necesitados». Afirma María José Gil que la familia comparte con los Oblatos el deseo de que la ceremonia de beatificación sea una celebración sobria, sin alardes triunfalistas ni publicitarios.

Florentino Ezcurra, exdelegado de Cáritas en Navarra, amigo de la familia Gil, sostiene que, en momentos de egoísmo y ambición como los actuales, se debe contemplar ante todo el ejemplo de valores, honradez y entrega de los mártires oblatos y su compromiso con la fe y con los demás que se mantiene hoy día por parte de la orden.

Gregorio Escobar no quiso salir libre por solidaridad con sus compañeros

Gregorio Escobar García, nació en Estella el 12 de septiembre de 1912 y fue bautizado en San Pedro de la Rúa, donde su padre, Hilario Escobar, ejercía de sacristán. Su fusilamiento en Paracuellos del Jarama tuvo lugar a las pocas semanas de ser ordenado sacerdote con el deseo pendiente de celebrar su primera misa en Estella en la fiesta de la Virgen del Puy.

Con 16 años de edad, segundo de siete hermanos, cuidó de los últimos días de su madre Felipa fallecida en 1928, sin apartarse un momento de ella, según relata en la causa de beatificación María del Puy, hermana de Gregorio, que aún vive en Zaragoza. A los 12 años, y gracias a la ayuda económica de su párroco José María Sola, ingresó primero en el Seminario Menor de los Misioneros Oblatos en Urnieta (Guipúzcoa) e inició el noviciado en Las Arenas (Vizcaya). Pasó a Pozuelo (Madrid) para hacer los estudios eclesiásticos que interrumpió en 1934 al ser llamado al servicio militar. Sus compañeros de seminario lo describían como equilibrado, confidente y buen consejero. Hizo la llamada oblación (ofrenda o entrega) perpetua el 26 de noviembre de 1935. Un año antes de terminar los estudios de Teología, el 6 de junio de 1936, fue ordenado sacerdote en Madrid. Su intención era cantar misa en Estella.

Recuerdan sus biógrafos que el padre de Gregorio y la nueva esposa de éste estuvieron presentes en Madrid para asistir a la ordenación sacerdotal y fueron testigos del ambiente que se respiraba en Madrid. Como reflejo del ambiente prebélico de Madrid, contaban que en un taxi escucharon en referencia a Gregorio y a otro religioso: «Estos, con una botella de gasolina, qué bien arderían».

Tras su etapa de clandestinidad en Madrid, una vez detenido de nuevo con sus compañeros, y antes de su ejecución , el estellés Manuel de Irujo, ministro de la República, realizó gestiones para ser liberado de la cárcel. Sin embargo Gregorio Escobar rechazó la ayuda si no se liberaba al resto de sus compañeros.

Entre las cartas de Gregorio, conservadas por su hermana María Puy, destaca una que hace referencia al martirio. «Siempre me han conmovido hasta lo más hondo los relatos de martirio. Siempre, al leerlos, un secreto deseo me asalta de correr la misma suerte. Ése sería el mejor sacerdocio al que podríamos aspirar todos los cristianos: ofrecer cada cual a Dios el propio cuerpo y sangre en holocausto por la fe. ¡Qué dicha sería la de morir mártir!».

Justo Gil fue fusilado perdonando a sus ejecutores

Justo Gil Pardo, nacido en Luquin el 18 de octubre de 1910, perteneciente a una familia de once hermanos, se educó en las Hijas de la Caridad. Hijo de Jesús y Vicenta, al fallecer su padre, comentaban los vecinos que había muerto «la mejor persona del pueblo».

Se explica en su biografía que el recuerdo que dejó Justo en su pueblo fue el de persona sencilla caritativa, al servicio de los demás, preocupado por sus hermanos pequeños y por los enfermos del pueblo ofreciéndoles su propia comida.

Pensaba entrar en el seminario diocesano, pero quería ser también misionero, hasta que el sacerdote José Mª Sola le orientó al Juniorado de los Oblatos. Tenía entonces unos 15 años. Tras sus estudios en Urnieta (Guipúzcoa) y en Las Arenas (Vizcaya), fue ordenado diácono en Madrid el 6 de junio de 1936 y esperaba la ordenación sacerdotal en 1937. Su hermano, Fray Pedro, monje benedictino en Leyre ya fallecido, recordaba que «era tal la ilusión que se vivía en la familia, que en casa tenían ya el alba para la ordenación, alba que había sido confeccionada por mi hermana con la ayuda de las Hijas de la Caridad, y que luego se regalaría a la parroquia».

Tras la primera detención el 22 de julio de 1936 con todos los miembros de la comunidad de Pozuelo, y una vez liberado, vivió en la clandestinidad. Se refugió primero en casa se su hermano Raimundo, músico. Según narraba Fray Pedro Gil, «estuvo oculto nueve días, hasta que los comentarios de la vecindad hacían peligrar, tanto la vida de Justo como la de su hermano y esposa Teresa». Pasó un día por la casa provincial de los Oblatos y más tarde a una pensión cuyos dueños eran conocidos de Raimundo. Allí estuvo durante dos meses y medio hasta el 15 de octubre de 1936 en que lo detuvieron como consecuencia de un registro general y lo llevaron a la cárcel Modelo junto con otros oblatos. Fue trasladado al colegio escolapio de San Antón que había sido convertido en cárcel. Como otros compañeros, bajo apariencia de ser puestos en libertad, fue conducido una madrugada del 28 de noviembre a Paracuellos del Jarama para ser ejecutado. Hasta el final de su vida dio testimonio de aceptación del martirio y de perdón a sus verdugos. Sus restos siguen en el cementerio de Paracuellos.

Pioneros en el Polo Norte

Los Misioneros Oblatos de María Inmaculada son una congregación religiosa fundada en 1816 en la Provenza francesa por San Eugenio de Mazenod. Son unos 4.440, sumando jóvenes en formación, distribuidos en 69 países, y pioneros en la evangelización en lugares inhóspitos como el Polo Norte.

Instalados en España en 1882, el padre Eutimio González calcula que hay 65 españoles en la orden y sólo un navarro, el teólogo Gregorio Iriarte residente en Bolivia. Sin comunidad en Navarra, dejan su huella tanto en barrios populares de Marsella, como en Cuba, Turkmenistán, Ucrania, Haití, Sri Lanka, donde fue asesinado el padre Michael Rodrigo, o en Bangladesh.

Han sufrido muertes por su compromiso con las comunidades con las que trabajan. Algunos, como Gregorio Iriarte, se han enfrentado a dictaduras en Bolivia por defender a sus fieles trabajando en penosas condiciones en las minas. Y otros, como el padre Mauricio Lefebre, murieron por disparos atendiendo a heridos en la calle con la Cruz Roja boliviana. Se advierte en sus páginas web que «la miseria es una cuestión teológica. ¡Dios, en su imagen que es el hombre, está condenado a vivir en condiciones infrahumanas! ¿Cómo tolerarlo? ¿Cómo no ir en su auxilio?»

«O son santos o son tontos»

¿Por qué eligen el desafío de acudir a los lugares más complicados? «Ese era el estilo del fundador. Ayudar a los pobres y si no hay medios los inventamos, contestaba cuando le pedían ayuda» responde el padre Eutimio González agregando «unaanécdota de hace unos años a la hora de realizar nuevas fundaciones cuando los obispos le ofrecieron tres lugares en África del sur y escogieron el lugar más difícil. Luego, en un viaje, escuchaba el fundador el siguiente comentario: «O estos son santos o son tontos».

Fuente: www.diariodenavarra.es

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